28 abr 2017

UN PALACIO EN HORTALEZA I. La Torre de los Alburquerque.

Ilustración del libro La Proserpina con el escudo del Duque de Alburquerque
Universidade de Santiago de Compostela 


     “Y por la hermosa carretera nos dirigimos a la localidad, objeto de nuestras investigaciones. Cruzamos la divisoria entre las cuencas de los ríos Jarama y Manzanares, y poco después llegamos al pueblo de Hortaleza, fundado sobre una colina, y que tiene a sus pies una alfombra de plantas y flores hasta besar las márgenes del Arroyo del Quinto”.

      Así  nos describe el arquitecto Vicente Muzás, en un cuento de 1907,  la primera imagen que se encontraban los viajeros al llegar a nuestro pueblo y que ha permanecido casi invariable hasta hace pocos años. 
     En la silueta de la población se recortaban sobre el cielo 4 torres: a un lado el granero, el silo y el palomar de la Huerta de la Salud; y  al otro el campanario neomudejar de la iglesia de San Matías. Destacaban también, sobre el caserío, dos grandes edificios conventuales: el seminario provincial de los padres paules y el noviciado de las ursulinas, enclavados ambos en antiguas quintas agrícolas y de recreo, cuya fundación se pierde en los orígenes de la población.

     Fueron las monjas francesas de la Sagrada Familia de Burdeos las que se instalaron en  la más hermosa de las quintas, que aún conservaba restos del  esplendor que había tenido en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando era la casa-palacio de los Marqueses de Santa Cruz [1], una de las familias más poderosas y ricas del país.

     Don José de Silva Bazán, marqués de Santa Cruz de Mudela, había adquirido la propiedad a través de la herencia de su primera esposa Doña María de la Soledad, hija del Duque de Alburquerque. Este duque era Francisco Fernández de la Cueva, último descendiente por línea primogénita de Beltrán de la Cueva -aquel de “La Beltraneja”-, y vivía retirado en su casa de Hortaleza, donde habían fallecido sus dos hijos varones y donde, años después, moriría él también enfermo de melancolía. Autor del poema “La Proserpina”[2], dedicó sus últimos años a la creación literaria bajo el rústico seudónimo de Pedro Silvestre del Campo.
     Sobre la puerta monumental que daba acceso al recinto, un dragón de piedra, símbolo de esta familia, vigiló durante muchos años la entrada a la huerta.                                                                                                                                                                                                                      (continuará)






[2] José María de Cossío. Fábulas Mitológicas en España. ISTMO,S.A. 1998. Vol.1.p.384

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