24 abr 2013

EL MESÓN EL GARNACHO


GRUPO DE JOVENES EN LA BODEGA .AÑOS 50

Hubo un tiempo en que la palabra Hortaleza era sinónimo de buen comer y buen beber, gracias en parte a la familia Colino y su establecimiento, mitad bodega, mitad restaurante.

Los Colino ya explotaban la antigua tahona de la calle del Mesón y se decidieron a ampliar el negocio adquiriendo a los Padres Paúles una viejísima casa de labor situada en la plaza del pueblo.

El caserón tenía 25 metros de fachada a la calle de La Taberna, con dos puertas y balcones en la segunda planta, y otra de 18 metros a la plaza, con balcones y un portalón por el que se accedía a un patio en el que había unos originales pesebres. En el interior destacaba, entre otras estancias, el amplio espacio de la bodega en donde se alineaban 10 grandes tinajas, y una impresionante cueva, con otras 12, y que, según se decía, tenía más de 400 años.

Pronto los caldos que se elaboraban allí adquirieron notoriedad, especialmente un vino denso color cereza, un pelín dulce, que se fabricaba pisando las uvas garnachas de las viñas del término, y se fue popularizando en la capital acudir para degustar unas jarritas, y proveerse para la semana de alguna garrafa de garnacho, de moscatel o de riquísimo vino “corriente” que se vendía a granel.

Pero el negocio de la restauración comenzó cuando, para pasar el vinillo, se empezó a preparar algún condumio de tapa; y fue en la inmediata posguerra cuando, atraídos por unos sabrosos chorizos asados, se afianzó una numerosa clientela de alemanes que ya nunca dejaría de visitar la bodega, convirtiendo el alemán en el segundo idioma oficial del lugar. Con el tiempo se definió el plato estrella: las chuletitas, acompañadas por una jarra de vino y un excelente pan cocido en la tahona familiar. Se llegaron a asar unos 200 corderos cada fin de semana, convirtiéndose así El Garnacho en el restaurante número uno en su género.

Aunque la mayoría de los clientes venían en coche, se había instaurado una tradición muy típica por la cual algunas personas llegaban al restaurante montadas a caballo. Estos paseos ecuestres se realizaban en los primeros años desde una hípica situada en la Ciudad Lineal y después desde la Moraleja, cuando se instalaron allí los norteamericanos. Este trasiego causaba, a veces, una imagen insólita, cuando coincidían en la plaza los imponentes autos de lujo con los caballos que  permanecían amarrados en hilera a unas argollas de forja que pendían de las fachadas.

Por la vieja bodega empezó a desfilar el “todo Madrid”: políticos, científicos, escritores, artistas; y no había personaje importante que pisara la capital que no fuera al mesón. Especial querencia tenían los mandatarios de las repúblicas americanas: entre otras visitas de presidentes, fue muy comentada la del dictador Stroessner, y era fácil ver en alguna mesa al general Perón acompañado de su hermano. El mundo del cine siempre estaba bien representado, pues se había instituido un nexo entre El Garnacho y la sala de fiestas Villa Rosa, por el cual los clientes cenaban en el mesón y se tomaban las copas y bailaban en el palacete, o viceversa. De las estrellas extranjeras pasaron todas; además, el productor Samuel Bronston organizaba allí sus cenas con los actores y equipo de rodaje, desde que conoció el lugar a través de una familia judeo-española cliente asidua del local. Buenos ratos pasó Ava Gardner cenando al fresco en el patio, que en verano se llenaba de arena de río y se cubría con un enramado traído del arroyo Valdebebas; y de los cómicos españoles también todos pisaban el comedor, menos Fernando Fernán Gómez, que prefería recoger los víveres en la cocina y marcharse con su novia a Los Cenagales a leer novelas debajo de los pinos. Los toreros también iban todos, pero especial amigo de la casa era Antoñete, que dio sus primeros capotazos en los encierros de Hortaleza. Y del fútbol el Real Madrid al completo, con Di Stéfano, Navarro, Olsen, y los demás. Entre todos estos personajes famosos, pasaban desapercibidos algunos altos directivos del mundo de la empresa y las finanzas internacionales.

Sobre los manteles del Garnacho se hicieron negocios, se tramaron conspiraciones políticas y nació algún que otro amorío;  mientras los rincones del vetusto edificio servían como decorado natural para el rodaje de, al menos, tres largometrajes.

Pero no solamente trajo fama y animación al pueblo, también trajo prosperidad, porque de su existencia se beneficiaban los 20 empleados, los suministradores, y prácticamente en cada casa había alguna persona que, de una u otra forma, sacaba provecho del mesón. Y por si eso no bastara, al llegar la navidad las familias del lugar iban a recoger un litro de garnacho y otro de moscatel que los Colino regalaban generosamente, ayudando así a que en todos los hogares se pasaran las fiestas con alegría, saboreando ese vino al que Salvador Rueda dedicó un poema cuyos primeros versos dicen así:
 
 


“Este es el grato vino de Hortaleza
embeleso del alma y los sentidos,
que acelera del pecho los latidos
y enciende en alegrías la cabeza.”
 
A finales de los años 70, dos personas  me abordaron en la plaza, y me preguntaron por el Mesón,  les dije que hacia algunos años que lo habían cerrado, y les señale un montón de escombros en el lugar donde se alzaba la bodega  que  había sido derribada unos días antes. Los pobres se quedaron de piedra,  eran técnicos del Ayuntamiento que se proponía proteger el edificio para su conservación. Demasiado tarde para uno de los últimos vestigios de la tradición vitivinícola de la comarca de las Lomas de Madrid.
 
 
CON MI AGRADECIMIENTO A MI BUEN AMIGO ANDRES COLINO


 


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