1 ago 2009

QUESADA


Vallejo. "Vicente de Quesada".1845
ÁLBUM DEL SIGLO XIX. MUSEO ZUMALAKARREGI.
DIPUTACIÓN FORAL DE GUIPÚZCOA.


En un caluroso agosto de hace 173 años, Hortaleza se vio envuelta en un terrible suceso que, desde entonces, invariablemente, es mencionado cada vez que se habla de su historia.


El hecho en cuestión fue el linchamiento, a manos de una multitud furiosa, del Capitán General de Castilla la Nueva, el general habanero Don Vicente Genaro de Quesada.
Como siempre que se menciona este caso no se suele entrar en detalles, (cosa comprensible por lo escabroso del asunto), vamos a intentar resumir los acontecimientos que llevaron a aquella barbaridad y como fueron los hechos.

Corría el año de 1836 y en aquellos días se extendía, por el país, un movimiento revolucionario a favor del retorno de la constitución de 1812 y en contra del gobierno que defendía la permanencia de un estatuto de 1834 en el que no se reconocía, ni la soberanía popular, ni la libertad de prensa.

Desde el 25 de julio, en que un enfrentamiento entre la Guardia Nacional de Málaga y las autoridades terminó con la muerte de los gobernadores militar y civil, la constitución de 1812 se fue publicando en las principales ciudades de España, con gran contento de la población. Pero en la capital, el gobierno quiso mantener su autoridad por encima de todo, y para ello contaba con una fuerza de unos 8000 hombres al mando del General Quesada, quién promulgó una serie de duras medidas para contener a los alborotadores, ordenando que se desarmara a los cinco mil guardias nacionales que había en la provincia, aplicando la pena de muerte a aquel que se negase a entregar las armas.

Mientras, la reina regente María Cristina y su hija Isabel II, se habían retirado a la Granja de San Ildefonso y fue precisamente allí, en la noche del 13 de Agosto, donde estalló la revuelta conocida como la “Sargentada de la Granja”. Una comisión encabezada por dos sargentos de las tropas que protegían el palacio, exigió la vuelta a la constitución de 1812, consiguiendo, hacia las tres de la mañana, que la reina firmara un decreto por el cual se adoptaba dicha constitución como norma fundamental, hasta la formación de nuevas cortes constituyentes.

En Madrid, a pesar de las noticias que llegaban de la Granja, seguía la represión de las pacíficas manifestaciones populares, bajo la dirección implacable de Quesada, que cumplía así la promesa dada a la reina de mantener el orden. El mismo, al ver que los oficiales no estaban por la labor de derramar sangre y que los soldados se unían a los ciudadanos al grito de ¡Viva la Constitución!, salió del Palacio Real al frente de un escuadrón de coraceros, para dispersar a los madrileños, que ya comenzaban a levantar barricadas en la Puerta del sol.

El balance de estas refriegas y encontronazos con los guardias nacionales, fue de algún muerto, numerosos heridos, y un disparo dirigido a Quesada, que aunque no llego a acertarle, si consiguió enfurecerle aun más. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el capitán general mando sacar los cañones a la calle, colocando piezas de artillería en lugares estratégicos del centro de Madrid, poniendo a la ciudad en un verdadero estado de sitio. 

Todo esto y algunas otras humillaciones hicieron que creciera el odio popular hacia este militar al que los nacionales llamaban ya “El Liberticida”.

Fue en la mañana del día 15, mientras se afeitaba, cuando recibió la noticia de que había sido destituido con todo el gobierno y se nombraba en su lugar al general Seoane. En ese momento se sintió confuso y engañado, pues los mensajes que recibía de un “informante” en el entorno de la reina, no se atenían a los hechos y se dio cuenta que estuvo manteniendo, con mano de hierro, un régimen que hacía dos días había desaparecido. 
Parsimonioso, se vistió de civil, con levita y pantalones blancos, e hizo llamar a su mujer para despedirse y ponerla en guardia ante posibles altercados. Tomó su bastón, el sombrero de copa, y se despidió de todos diciendo que se marchaba a su casa de Hortaleza en compañía de un amigo de la casa.
Con toda tranquilidad y aplomo fue recorriendo las calles que se encontraban atestadas de guardias nacionales, intentó salir por la puerta de Bilbao pero notó que levantaba sospechas en los guardias y se marchó a la de Santa Barbara,para allí tomar el camino a Hortaleza.

Quiso el destino que, en el camino, los dos personajes se cruzaran con un muchacho de 13 años llamado Lorenzo Iborte, mozo de una tienda de la calle Fuencarral, de la que era cliente Don Vicente. El chico, que volvía de entregar un recado, le reconoció, observó donde se dirigían y regresó a todo correr a Hortaleza para contárselo a la autoridad. 

Avisado el alcalde y en unión de dos nacionales, salió en su busca; se dice que para protegerle, pues los ánimos también se encontraban exaltados en la población. En una casa apartada del pueblo, que era propiedad de un platero, se produjo la detención: 

…preguntado si era el general Quesada respondió con la negativa. Preguntado otra vez con más instancia, vio claramente que estaba descubierto, y respondió con mucho desenfado: “Yo soy, qué le importa a vuestra merced”. 

Entonces le condujeron al pueblo, que en esa época no tenía cárcel, y le encerraron en una dependencia de una casa de labor, amurallada, a la entrada de la villa, que pertenecía al rico e influyente mercader Don Juan José Marcó del Pont ,que residía por temporadas en el que fuera palacio de los Marqueses de Santa Cruz (2), también de su propiedad (1). 
En esta casa se le puso una guardia de carabineros de costas y fronteras, cuyo oficial se ofreció a proteger al general, y otra de milicianos del pueblo.
De inmediato se mando un emisario a la corte, para comunicar el arresto a las nuevas autoridades, pero fue precisamente este hombre el que, sin quererlo, puso en marcha la locura colectiva.
Entrando el mensajero a Madrid, por la puerta de Santa Bárbara, se encontró con la calle de Hortaleza atestada de ciudadanos que celebraban el cambio de gobierno, al ver el pobre, que se le hacía imposible llegar a la Puerta del Sol, pidió paso a voz en grito, diciendo que tenía que informar urgentemente del arresto de Quesada en Hortaleza. 
La noticia corrió como reguero de pólvora, por las calles de Madrid. Unos marcharon hacia la calle Alcalá y Recoletos, para tomar las calesas de alquiler que allí se estacionaban; otros (los que se encontraban montados) salieron a galope tendido, y los que no tenían medio de transporte enfilaron hacia Hortaleza a pie para ver entre rejas al odiado general.

Sobre las tres de la tarde, alrededor de la improvisada prisión, ya se había congregado una enfurecida turbamulta, que llego a ser, según algunas fuentes, de más de mil personas. 
El detenido preguntó a sus vigilantes si entre los exaltados había guardias nacionales. Al responderle afirmativamente dijo:
“Entonces estoy perdido”.

En este punto algunos autores se refieren a una niña que vivía en la casa y que le preguntó si quería ver al cura párroco, a lo que respondió el detenido:

“Si. Necesito un sacerdote, pues estoy a punto de morir”.

A duras penas los guardianes podían contener a la masa cuando alguien gritó que a lo lejos se divisaban tropas a caballo. Eran los cuarenta coraceros de la reina que había mandado el general Seoane para llevarse al detenido.

Al ver los más exaltados que perdían la oportunidad de la venganza, introdujeron una pistola por entre las rejas de la ventana y descerrajaron un pistoletazo al general. Este, herido, les grito que si deseaban matarle tenían que dispararle una segunda vez; y les dijo:

“Una vez no es suficiente”

Vallejo. "Asesinato de Quesada".1845
ÁLBUM DEL SIGLO XIX. MUSEO ZUMALAKARREGI.DIPUTACIÓN FORAL DE GUIPÚZCOA.

Entonces la turba, ya sin control, encañonó a los guardianes amenazándoles de muerte y se abalanzó sobre la puerta derribándola. Tras los dos primeros disparos que acabaron con la vida del general, algunos, fuera de sí, se ensañaron con el cadáver. Aquí, unos dicen que le cortaron las manos y otros que las orejas. El caso es que a pesar de algunos relatos terribles, la crueldad no fue a más, pues cuando se disponían a desnudar al difunto, llegaron los coraceros interponiéndose entre él y los agresores.
Mientras los atacantes regresaban a Madrid, después de su bárbara excursión, el cuerpo del general fue custodiado hasta que, hacia las nueve de la noche, el alcalde mando darle sepultura en el cementerio de Hortaleza.



Este crimen absurdo, que fue utilizado por las potencias europeas absolutistas para denigrar al nuevo gobierno liberal y a la constitución que defendían, también trajo consecuencias nefastas para algunos ciudadanos inocentes, pues como resultado de la investigación que se promovió para esclarecer el suceso, fueron encarcelados el 7 de noviembre de 1839 los siguientes vecinos de Hortaleza:

Pedro Ruiz, soltero de treinta y ocho, herrador.
Ruperto Santos, de treinta y uno
Antonio Rubio, de treinta y seis
José Aguado, de treinta y cuatro
Manuel López de cincuenta y cuatro
Francisco Moris, (aparece en la sentencia como difunto).
Vecinos y nacionales en el pueblo de Hortaleza.

Todos menos uno (para el cual el juicio llego demasiado tarde) fueron puestos en libertad el 7 de octubre de 1841, tras dos años de presidio, al ser absueltos libremente…

… de los cargos contra ellos deducidos en esta causa, sin que pueda perjudicar a su buena opinión y fama el haber sido comprendidos en la misma; los reservamos su derecho para que sobre los daños y perjuicios que por ella se les haya originado puedan deducirlo cómo, dónde y contra quien corresponda; sobreseyéndose respecto de Francisco Moris, difunto; declaramos así mismo no haber habido lugar para la prisión decretada en 7 de noviembre de 1839 contra dichos procesados por el juez de primera instancia don Miguel Renedo, a quien se apercibe que en lo sucesivo para providencias de esta naturaleza en el estado en que en aquella fecha tenía el proceso, obre con más detenimiento y circunspección…
(1)- Añadido el 30 de marzo de 2011.
(2)- Añadido el 24 de febrero de 2012.